Septiembre de 2011, sala de espera del pediatra. Surge una charla con la mamá de una nena de tu misma edad. Entre otras cosas, me pregunta si dormís solo, a lo que contesto que no, que dormimos los tres juntos. Me cuenta que a ella le recomendaron el libro "Duérmete niño", que lo puso en práctica con su beba de 8 meses y que después de soportar sólo 4 noches de llanto, lograron la paz, la armonía y el descanso tan deseado.
Le digo que no soy partidaria de dejarte llorar, que nunca había podido hacerlo ni por unos minutos, pero debo reconocer que semejante promesa de conciliar algunas horas de descanso me llamaron la atención.
Volví a casa, lo comenté con papá y decidimos comprar el libro para ver bien de que se trataba.
Lo encontramos rápidamente, y lo primero que leo al abrirlo en una página al azar es esto:
"... el niño debe dormirse sin que le tomen la mano, sin acunarlo, sin cantarle, sin abrazarlo, sin mecerlo, y muchísimo menos amamantarlo..."
Recuerdo haber sonreido, porque era justamente todo lo que nosotros hacíamos para ayudarte a conciliar el sueño.
Leí todo el librito de una sola vez, y mientras leía, me iba imaginando la situación, y se me iba haciendo un nudo cada vez más grande en el estómago, en el alma.
Te imaginaba en tu cuna, detrás de los barrotes, llorando desesperadamente, pidiendo por nuestros brazos, nuestras caricias, nuestros besos, nuestras canciones.
Te imaginaba con un muñeco "Pepito", tirado a tus pies, demostrándonos que no era su compañía la que deseabas, la que te hacía falta.
Te imaginaba golpeándote contra todo, gritando, tosiendo de tanto llorar, y llegando a vomitar sólo para "manipularnos".
Te imaginaba tratando de entender nuestro cambio de actitud. Tratando de entender porqué las dos personas que decían amarte más que a nadie en este mundo te dejaban ahí, implorando cariño, protección, acercándose a vos a una distancia prudencial, evitando todo contacto fisico para no entorpecer el tratamiento, que con una voz carente de emoción dicen cosas como que te están enseñando a dormir y que eso es por el bien de la familia.
Te imaginaba buscando mi oreja, como hacés siempre que tenés sueño. "¿Cómo va a hacer para dormirse sin la oreja?", nos preguntábamos con papá todas las noches.
Imaginaba tu corazoncito, chiquitito, ese mismo que había escuchado latir con fuerza en las ecografías, golpear desesperado adentro tuyo, mostrando tu desolación, tu angustia ante semejante abandono.
Escuchamos voces calificadas, llámese pediatra, que nos dijo que si no tenías afecciones cardíacas, no te iba a suceder nada si te pasabas una semana entera llorando...
Te imaginaba sintiendo que ya no te amábamos mas, que habíamos dejado de quererte, que tal vez habías cometido un error y que estabas pagando por eso.
Pasé tantas noches sin dormir, pensando en todo esto, planificando la fecha del inicio de esta tortura, y te miraba dormir pegadito a mi y a papá, en el medio de los dos, acariciando nuestras orejas, tan calmo, tan feliz... ¡¿Qué era lo que te estábamos por hacer?!
La fecha de inicio de la tortura siempre se posponía, por una cosa o por la otra. Sé que eran todas excusas. Ni papá ni yo podíamos hacerte/hacernos eso. Es una atrocidad. Una falta total de respeto hacia vos, hacia tu integridad física, psíquica y emocional. Una falta grave como padres, hacer todo lo contrario a lo que nos decia el instinto.
NO PUDIMOS. NI PODREMOS. NI QUEREMOS.
No estoy haciendo un juicio de valor sobre aquellas personas que lo hicieron o están de acuerdo. Cada familia sabe lo que es mejor para sus hijos. En nuestra familia y con nuestro(s) hijo(s) eso no va a funcionar nunca, sencillamente por que no queremos que funcione aquí.
Arjona, en una de sus canciones dice: "...No arregles lo que no se descompuso...". Nuestra manera de dormir es perfecta asi como es, con sus imperfecciones. No niego que es agotador cuando te negás a dormir, cuando tu única siesta del día no pasa de los 20 minutos, cuando tardás una hora y media en quedarte dormido, cuando me levanto contracturada por dormir siempre de costado para que tengas siempre mi oreja a mano, pero nunca lo cambiaría por noches de llanto, desesperación y desolación.
¿Cómo me sentiría yo, que tengo 28 años, al estar triste por alguna razón, que mi mamá me escuche llorar en mi habitación y que no venga a consolarme, a abrazarme, a decirme que todo va a estar bien, que no estoy sola, que ella siempre va a estar a mi lado? Me sentiría totalmente abandonada, sola, desolada, muchísimo más triste de lo que me sentía antes.
Frente a esta situación, podría el Sr. Estivill afirmar que lo que mi madre está haciendo es por mi bien, para que me acostumbre a los golpes de la vida.
Podría el Sr. Estivill afirmar que lo que yo estoy haciendo es idear un macabro plan para manipular a mi madre para que venga a mi encuentro cada vez que yo lo exija, para no permitirle vivir su vida tranquilamente, tal como lo era antes de que yo naciera.
¿COMO TE ÍBAMOS A HACER ESO A VOS?
De solo pensar que contemplé la posibilidad se me revuelve el estomago. No pasa un solo día en que te observo dormir pegadito a mi, tomado de mi oreja y me arrepiento por el solo hecho de haber pensado en ponerlo en práctica con vos.
Gracias Estivill, por decirme lo NO tengo que hacer con mi hijo.
AUNQUE YO YA LO SABIA.
*
"Este bebé no llora" es una frase cantada que decimos siempre con papá, desde tu primer día de vida, cuando al escucharte llorar, corremos a tu encuentro ofreciéndote al instante aquello que creemos que necesitás: teta (ahora comida), abrazos, besos, juegos, mimos, consuelo, etc, etc, etc...