sábado, 11 de diciembre de 2010

Cita a ciegas

No sé por dónde se empieza a contar el inicio de una nueva vida.


Me siento en deuda con este blog, siento que le debo un relato de lo que fue nuestro nacimiento. Y digo “nuestro” porque ahora más que nunca estoy convencida que no sólo naciste vos, sino también papá como papá, yo como mamá y una nueva vida para los tres.

Voy a tratar de contarte como fueron las cosas desde el día en que supuestamente ibas a nacer, ese 18 de Octubre en el que me habían dicho que después del monitoreo, vaya directamente a internarme porque ya tenías que estar afuera… El día anterior había sido el Día de la Madre… que sensación mas rara… estaba ahora de este lado del mostrador, recibiendo regalos, felicitaciones, mensajes de texto, y yo sin poder creerlo… estaba a menos de 24 hs. de ser mamá! Ni papá ni yo podíamos terminar de entender qué es lo que iba a pasar. Hay algo que te dice que va a ser una día más que especial, que te va a cambiar la vida y que seguramente va a ser el día más importante de nuestra vida. Pero es muy difícil, casi imposible imaginarse y anticiparse a este tipo de cosas. Esto es completamente nuevo, es raro, la cabeza no tiene representaciones de la situación, siempre fui testigo de este tipo de cosas, nunca fui la protagonista, y da miedo. Da miedo no saber enfrentar los obstáculos, no poder con todo.

Me pregunté muchas veces si era de mala madre no poder imaginarme tu carita. Pero llegué a la conclusión que no. No tengo porqué sentir culpa por no conocer a alguien a quien nunca vi. Es como tener una cita a ciegas. Papá y yo íbamos a conocerte a vos y vos a nosotros.

Esa noche, la madrugada del 18, fue imposible conciliar el sueño. Creo que las razones son obvias. Los nervios y la ansiedad se complotaron en mi contra para no dejarme pegar un ojo en toda la noche o soñar semi-dormida con todo lo que me esperaba vivir.

Teníamos que estar temprano en la clínica porque nos iban a hacer ese ultimo monitoreo y después de eso, la internación. De todas maneras, no hizo falta despertador. Fue una de las pocas veces en mi vida que me desperté antes de escuchar su horrible sonido. Y seguía siendo todo muy muy raro… había que levantarse para ir a parir… para tener un hijo, para que alguien me ayude a tener conmigo a alguien que estuvo conmigo durante 9 meses y un poquito más…

Me levanté, me vestí, prendí la computadora, contesté un par de mails, entré al Facebook y comenté: “Gracias a todos por los saludos, por estar presente y por preocuparse… los queremos mucho mucho y tengo mucha fe que todo va a salir bien, que Valen va a estar en perfectas condiciones y que va a ser un bebé sano y hermoso… y tengo la leve intuición que hoy va a ser el día mas feliz de mi vida. Hasta luego a todos… me voy a parir =)”

Apagué la computadora, desperté a papá, preparé los bolsos, los documentos, el celular, el cargador. Le di agua y comida a la perra. Algo más debo haber hecho, pero no lo recuerdo. Creo que nos sacamos unas fotos, pensando que iban a ser las últimas con la panza.

Salimos. Con esa rara sensación que es muy difícil de explicar. Cruzamos Rivadavia los dos, agarrados de la mano, cada uno con un bolso. Creo que no hablamos demasiado. No había lugar para muchas palabras, con tanta cantidad de sensaciones y sentimientos nuevos.

Llegamos al primer piso, dejé la orden para el monitoreo y nos sentamos a esperar. Nos llamaron y nos atendió la misma partera que dictó el curso de pre-parto. Le dijimos que después de ahí nos íbamos a ir a ver a la doctora para internarnos y nos miró con una cara como asombrada y nos dijo que creía que era difícil porque los lunes eran días complicados para internarse, pero que iba a hablar con la doctora y después nos avisaba… Ahí se me empezó a venir el mundo abajo. La desilusión, las ansias, el miedo, todo se me vino a la cabeza una vez más. Nos miramos con papá con una rara mezcla de alivio y decepción. Tampoco seria hoy?

Mientras me hacia el monitoreo y escuchábamos los latidos fuertes de tu corazón, se puso a sacar cuentas, no ya de las semanas de embarazo sino de los días. Cuando terminó, nos dijo que estabas bien y que esperemos en el 3º piso, que ella iba a hablar con la doctora y ahí se resolvería.

Fuimos y nos sentamos a la salida del ascensor como ella nos pidió y esperamos. Con los bolsos a cuestas. Con el corazón latiendo fuerte. Con la ansiedad a flor de piel. Con las ganas que nos digan que hoy iba a ser el día. Con las ganas que nos digan que hoy no iba a ser el día.

Apareció por la puerta de vidrio y me dijo que siga esperando…si, que fácil. Al rato la vemos hablar por teléfono y me llama, me pasa con la doctora que con su mejor onda, quiso hacerme unos chistes acerca de que vos no querías salir porque seguramente estabas muy cómodo o muy enamorado de mi, pero la verdad es que no le presté atención, yo solo quería que me diga: “quedás internada, hoy vas a ser mamá”. Pero no. Por el contrario, me dijo que las 3 salas de preparto estaban ocupadas, que habían 2 cesáreas programadas, y que no había camas para internación. Las opciones que me dio fueron: quedarme ahí sentada, esperando que se hagan las 5 de la tarde para comenzar con la inducción a esa hora, pasar toda la noche con goteo y recién parir por la mañana, o agarrar mis bártulos, volver por donde vinimos y regresar temprano al día siguiente ya con el lugar asegurado en una sala de preparto, una cama para internación y la certeza de que de ese día no pasaba.

Analicé en mi cerebro ambas posibilidades y no pude descifrar cuál era mejor de las dos; entonces me puse en manos de la doctora y le pedí que me diga cual era la mejor opción para mi. Me respondió que si esperaba hasta las 5 de la tarde de ese día, pasar toda la noche con trabajo de parto y parir recién por la mañana sería agotador. Me recomendó que vaya a casa a descansar, que duerma y que vuelva fresca por la mañana. Claro, era lo mas lógico.

Así hicimos, volvimos caminando por el mismo lugar y llegamos a casa con una mezcla de sueño, desilusión, alivio, malestar, enojo, etc.

Prendimos la compu, miramos el video del chino cirujano para distendernos, mandamos mensajes avisando que hoy no nacerías y yo publiqué en Facebook: “Volvimos. No, no fue un parto veloz. Pasó que como no había camas disponibles me mandaron de vuelta y me “anotaron” para mañana a las 08.30 hs., como si todo esto se tratara de un trámite… pero bueno, dicen que todo pasa por algo, no? Una pregunta… alguien sabe dónde venden “paciencia”? Ya averigüé en carnicerías, ferreterías y cotillones… pero no tienen”.

La pregunta era que íbamos a hacer para pasar esas horas, se harían interminables… entonces nos fuimos a comprar unos cartelitos para colgar en la puerta de casa y en la puerta de la habitación del sanatorio. Recorrimos un par de cotillones y encontramos unos bastante lindos. Y ahora? Vamos a ver si conseguimos la cafetera que quiere papá. Fuimos a Frávega y si, ahí estaba. Y ahora? La verdad es que no recuerdo qué hicimos después. La cosa es que el tiempo no pasaba jamás.

Y llego. La mañana del 19 de Octubre de 2010.

Dios! Al fin! Claro que no dormimos bien, y tampoco fueron necesarios los servicios del Sr. Despertador. Hoy sí era EL día, no podía pasar de hoy… o si?

El viaje es corto, a pie, pero parece eterno. Cruzar la Av. Rivadavia a esa hora en general es una misión imposible, pero por algún motivo, en ese momento, no venían autos de ningún lado. Pasamos la vía, otra vez agarrados de la mano y cada uno con un bolsito, parecíamos dos turistas, cargados y desorientados. Intentamos que parezca normal, cruzamos un par de palabras, comentamos un par de cosas, seguramente irrelevantes. Y llegamos. A todo esto, recordaba que estaba yendo, ni mas ni menos, a tener un hijo.

Ascensor. Tercer piso. Recepción de Obstetricia. Pensé: cómo le informo lo que vengo a hacer? Se me ocurrió: “Hola, vengo a tener un hijo”.

No.

“Que tal? Tengo turno para parir”.

No.

“Buenos días. Vengo a que alguien me ayude a sacar a mi bebe porque no quiere salir”.

No.

Atiné a decir: “Hola, vengo a internarme”. A lo que la chica me preguntó de qué medico era paciente, y yo respondí mi nombre. Recuerdo la expresión de ella ante la respuesta, como compadeciéndose por mi estado de locura evidente. Papá me dijo: “no te preguntó tu nombre, te preguntó quién era tu medico”. La chica me dijo: “está bien, no te hagas problema”. Que papelón.

Ingresó los datos y nos pidió que la siguiéramos. No había nadie en el pasillo. SALA DE PREPARTO 1. Llegamos con nuestros benditos bolsitos. Los dos. Yo adelante y papá atrás. Entramos y dejamos todo en el suelo y me senté en el borde de la cama. A esperar. A esperar qué? Algún síntoma? No. A esperar a alguien que me diga qué hacer, qué decir, qué sentir, cómo reaccionar. Que me diga cuáles son los pasos burocráticos que generalmente se siguen para traer un hijo al mundo.

Apareció una partera, Carmen, se presentó y me preguntó los datos básicos de un embarazo, en qué semana estaba (41), FUM, nombre de mi médica, etc. Me dio una bata verde abierta a los costados, me pidió que me la ponga arriba de la ropa interior. Me explicó que iba a colocarme la cánula para suministrar la oxitocina, que provocaría las contracciones y la dilatación necesaria. Pensé que iba a ser mas grave realmente. Pero de todas maneras, me bajó la presión. A todo esto, eran cerca de las 9 de la mañana y a partir de ahí, comenzaron a correr las horas entre visitas, tactos, enfermeras que me preguntaban mil veces lo mismo, nombre, apellido, FUM, semanas de embarazo, etc, siempre conectada al aparato que monitoreaba los latidos de tu corazoncito. Cuando me acordé de la hora, eran las 3 de la tarde. Me pareció que el tiempo había volado, y a la vez me parecía que hacia una eternidad que estaba ahí acostada, esperando que por fin pase algo. Pero no. La partera venia a cada hora y verificaba la dilatación y los cambios, pero ingresé con 1cm. de dilatación, las contracciones eran ineficientes, por lo que después de tantas horas casi ni se había modificado.

A las 2 de la tarde decidieron romperme la bolsa para ver si eso ayudaba a que tu cabecita haga mas presión sobre el cuello del útero y provoque algo mas de dilatación.

Nada. (No voy a relatar ese momento porque realmente merece mi amnesia parcial).

Ya eran las 5 de la tarde. Yo no quería ni pensar, pero la idea de la cesárea comenzaba a rondar en mi cabeza como la peor opción del planeta. Algo tan temido por mi. No podía ni imaginarme el momento. Sentía decepción por mi misma. Un sentimiento de fracaso, culpa por no haber podido, miedo a la cirugía, al postoperatorio, miedo a convertirme en mamá. A no poder, a estar sola. A no merecerte.

Carmen me dio una hora más de plazo. Me dijo que a las 6 de la tarde me haría el último tacto para terminar de descartar mi “idílico” parto normal.

No se como transcurrió el tiempo, ni quiénes estaban en la habitación, ni quiénes estaban afuera en el pasillo. Se que tus abuelos y todos nuestros amigos habían hecho guardia desde temprano, pero yo no estaba ahí. Mi mente iba por otro lado. No quería ver ni escuchar a nadie. Traté de conservar la calma y poner toda mi energía positiva para que vos estés bien.

Las 6. Último tacto. 2,5 cm. de dilatación. Carmen ya no sentía tu cabeza con la punta de los dedos, o sea que vos en lugar de descender, habías subido.

Me preguntó si quería saber la verdad y obviamente le dije que si. Me dijo que considerando que vos y yo estábamos bien, podríamos seguir con el goteo 12 hs. más y ver que pasaba por la mañana, pero que ella creía que era inútil. Me dijo que hablaría con mi médica y le explicaría la situación, pero que era muy probable que se decidiera por una cesárea. Dios... Se me vino el mundo abajo. Todos me decían que era mejor, que no íbamos a sufrir ni vos ni yo… pero yo quería que nadie me hable, que se vayan todos… me sentía tan mal, tan inútil como madre, tan agotada mentalmente… y eso recién comenzaba. Volvió Carmen con la novedad que mi médica había decidido realizar una cesárea y dijo que alrededor de las 19 hs. estaría comenzando la cirugía.

Quisimos estar solos con papá en la habitación. Y lloramos. Los dos. Porque por primera vez en todo el transcurso del embarazo teníamos la certeza de cuándo ibas a nacer, de cuándo nos convertiríamos en papás. Dentro de una hora.

No se cuánto tiempo pasó, pero Carmen volvió con una cofia y unos cubre-pies para mi, me pidió que me saque la ropa interior y me deje solo la bata. Creo que a todo esto, a papá lo mandaron a vestirse de padre después de sacarme una foto. No recuerdo nada de ese lapso de tiempo que pasó. Se que Carmen vino con una silla de ruedas y me senté. Recuerdo haber saludado a los abuelos, y a Gi que me dijo algo así como que todo iba a salir bien y me dio un beso.

Y ahí estaba yo, en mis últimos momentos como embarazada, con mi mente volando por un mundo distinto, con ganas de salir corriendo o que me trague la tierra o que mágicamente alguien decida que el embarazo podía durar dos años y así poder posponer ese momento. Vi a mi médica por primera vez en todo el día y lejos de darme tranquilidad, me recordó que faltaba poco para convertirme en una carnicería ambulante.

Recorrí un pasillo con Carmen empujando la silla de ruedas y llegamos a una habitación sin puertas a la derecha: el quirófano. Siempre me imagine que seria un lugar con dos puertas vaivén con ventanitas redondas de vidrio. No se, es lo que vi en las películas. Era chiquito, había una camilla y en el suelo, una escalerita de madera de 3 escalones. Me bajé de la silla y me subí a la camilla. Me senté en el borde mirando hacia la pared. No miré nada más, no quería ver nada más. Solo recuerdo el reloj grande que estaba colgado en esa pared que tenia enfrente. Y las agujas marcaban las 19:15 hs.

Apareció un hombre de algún lugar que no vi, y alguien me lo presentó como el anestesiólogo. Mi médica estaba apoyada en esa pared, debajo del reloj con las manos detrás de la espalda y decía algo que no recuerdo bien pero creo que dijo algo como que no querías salir, que estabas muy enamorado de mi. Esbocé una sonrisa, o traté de hacerlo. Ni ganas tenía realmente.

El anestesiólogo se paró detrás mío y apoyó sobre la camilla a mi derecha una caja y dijo “No la toques”. Como si yo tuviera cara de tener ganas de andar tocando esos elementos de tortura. Carmen se puso adelante mío y me pidió que me incline hacia delante, como haciéndome una bolita, con los brazos rodeando la panza. El médico me pasaba una gasa con desinfectante por la espalda, muy fuerte, con mucha presión y la verdad es que me daba cosquillas. Yo no tenía ninguna intención de perjudicar su trabajo, pero me movía. Y me retó. Me dijo que si me seguía moviendo, me iba a tener que arreglar sola, y que me iba a quedar paralítica porque era una zona muy delicada. No era necesario tratarme así. Pero bueno, hay médicos bastante insensibles. Brutos, diría yo. Me aviso que sentiría un pinchazo en la espalda, en la parte baja. Y sentí el pinchazo, pero no fue lo peor. Sentí que la aguja se trababa y él le pidió a Carmen que me incline más hacia adelante, porque se había topado con una vértebra. Carmen me agarró de los hombros y me arqueó la espalda. A todo esto, yo no sabía si llorar, si salir corriendo con las últimas fuerzas que me quedaban, si putear a todos los presentes, si sobornar a Dios para que cambie las reglas de juego a último momento, como por ejemplo que a partir de ese momento se pudiera vivir por siempre embarazada o que el niño salga milagrosamente de ahí sin necesidad de pasar por eso… se supone que debería ser el momento mas feliz de mi vida, pero la verdad es que hasta ese instante, no lo viví así…

Al inclinarme hacia delante, sentí un “tac” y alguien dijo “ahí pasó”. La aguja con la anestesia. Eso había pasado.

Me dijeron que iba a sentir un líquido caliente por las piernas y que me apure a acostarme porque el efecto era rápido y necesitaban que yo levante la cadera para pasar una tabla por debajo mío. Automáticamente sentí que mis piernas me abandonaban. Y con ellas, mis ultimas esperanzas de escapar de ahí. Quede reducida a una cabeza con brazos y parte del pecho. Podrían haber vendido todos mis órganos que yo no me hubiese dado cuenta.

Mi médica comenzó a pasarme una gasa con ese líquido marrón para evitar infecciones por toda la panza, parte de las piernas y el pecho. Y yo todavía sentía un cosquilleo, así que empecé a entrar en pánico recordando la película “Bajo anestesia”, y tuve miedo que empiece la cirugía, que no me hayan anestesiado bien la zona y que yo no pueda hablar para avisar lo que pasaba. Pero sí podía hablar. La cosa es que no quería hacerlo. Y ya que la tierra no me había tragado, que tampoco había tenido la oportunidad de salir corriendo y que Dios no había modificado las reglas del embarazo por mi, lo único que me quedaba para zafar, era dormirme. Quería cerrar los ojos y desaparecer de ahí. Me sentí culpable por no querer estar en ese lugar recibiendo a mi hijo, a mi bebé, al que había esperado tanto, al que tantas veces intenté imaginar y no pude. Ahora iba a tener la posibilidad de conocerlo, abrazarlo y yo no quería. Me sentí y me siento todavía una tremenda hija de puta por sentir eso, pero no lo puedo negar.

Para peor, me abrieron los brazos y me los ataron a una madera que pasaba por debajo de mi espalda, así que quede totalmente entregada, en una postura de crucifixión. La escena en mi mente es terrorífica.

Con las pocas ganas que tenía, giré la cabeza hacia la derecha y vi a papá vestido de papá. Lo reconocí por los ojos, porque en realidad sólo eso se le veía. Creo que estaba detrás de esas puertas vaivén con los vidrios redondos que yo había visto en las películas. La cofia le tapaba hasta las cejas y el barbijo casi le llegaba hasta los ojos. Pero su mirada es única para mí.

La médica me explicó algo que no me acuerdo. Yo mantenía los ojos cerrados y la esperanza de dormirme.

Carmen se sentó al lado de mi hombro derecho y me explicaba lo que estaba pasando en la carnicería, como si yo tuviese ganas de saberlo.

Creo que ya habían empezado a cortar, pero yo seguía teniendo miedo de sentir todo.

Mi médica dijo: “Che… denme un bisturí que corte… me dieron un Tramontina…”

Y todos se rieron. Claro, todos menos yo que quería mandarlos a todos a la mierda, decirles que para mi no era gracioso ni mucho menos. Creo que en ese momento, además de asustada, estaba enojada. Conmigo y con el mundo entero. Lo único que escuchaba era el ruido de un aparato que succionaba líquidos, como el del dentista. Un espanto.

Carmen seguía con su relato inentendible y en un momento escuche: “Ah… pero es re gordito… con razón no salía…”

Al segundo escuche: “Tiene 2 vueltas de cordón, con razón se fue para arriba…”

Me obligué a abrir los ojos y vi por encima de la cortina que tenia frente a mi, que asomaba un pedacito de cordón. Carmen me dijo al oído: “Ahora vas a sentir una presión grande, no te asustes…” Y si, sentí que la hinchada completa de Huracán metía las manos en mi panza como revolviendo un guiso de lentejas y de repente sentí que me vaciaba por completo. Alguien bajó la cortina y apareció una carita hinchada, moradita, mojada y semicubierta por una sustancia blanca, unos ojitos abiertos, y tu ceño fruncido… tus ojos que en ese momento creí que me miraban a mi, tu ceño fruncido que ahora que te conozco un poquito más, puedo decir que es característico en vos, tus hombritos pegaditos a tu cabeza y tus bracitos encogidos. Una imagen que nunca me voy a olvidar.

La doctora dijo que no quedaban dudas de que eras un varón y te dio vuelta, te vi la colita, las piernas y los huevitos. Yo asentí con la cabeza, no sé porqué. Escuché: “Hora de nacimiento, 19:42”. Alguien dijo, muéstrenselo al papá. Entonces te alzaron un poco más y se corrieron para que pueda verte. Te envolvieron en una manta o toalla y la enfermera te trajo al lado mío, del lado izquierdo, y me dijo: “Acá esta tu bebe, querés darle un beso?” Gire la cabeza y te miré. Te dije: “Hola bebé… hola mi amor” y sentí que se me caía una lagrima de mi ojo izquierdo. Te di mi primer beso justo al lado de tu ojito izquierdo, no recuerdo si los tenias abiertos, creo que no.

No vi para dónde te llevaron y me pareció muy raro, porque era la primera vez en 9 meses que no estabas conmigo, que no sabía dónde estabas ni con quién. Volví a cerrar los ojos. Ya era mamá. Y ahora qué? Ahora tenía un hijo. Ahora era responsable de la vida de una persona, para siempre. Tuve miedo de no ser capaz, de no poder. De no ser una buena guía para vos.

Alguien me dijo que me iban a empezar a coser y que ya terminaba todo. Que paradoja… para mí, recién comenzaba todo. Carmen ya no me hablaba al oído, se había ido con vos, creo.

Yo escuchaba un llanto y me parecía que eras vos, pero estaba en una nebulosa, no tengo recuerdos muy claros de ese rato.

Cuando terminaron conmigo, la doctora se sentó al lado mío y me preguntó si estaba bien. Yo seguía con los ojos cerrados y asentí, pero no era verdad. Seguía con muchas ganas de salir corriendo. Pero si podía mover dos músculos de la cara, era mucho. Me dijo que trate por 6 horas de no hablar para no llenar de aire la panza. Y creo que me dijo algo de que eras muy bonito o muy grandote. Pero no lo recuerdo.

No se cuánto tiempo pasó. Yo me quedé con los ojos cerrados preguntándome a cada rato si me había dormido. Pero no. Después sentí que me movían. Era el camillero que me estaba pasando a la camilla para llevarme a la habitación. Mis piernas parecían de otra persona. No respondían a mis órdenes y para colmo, no tenia idea dónde estabas vos ni con quién. Qué desesperación me agarró.

Supongo que recorrí en camilla el mismo trayecto que había hecho hacía un rato en silla de ruedas, pero esta vez mi condición era otra: ya no estaba embarazada. Ahora era MAMÁ.

Recuerdo que antes de salir del quirófano, abrí los ojos un instante y miré el reloj de la pared. No quería ver la hora, lo que necesitaba por algún motivo era ver el reloj.

Cuando volví a abrir los ojos, estaba del otro lado del pasillo y vi el cartel de “Obstetricia y neonatología” y creo haber visto caras conocidas pero no recuerdo a quién.

Me llevaron a la habitación, la número 406 y entre el camillero y una enfermera me pasaron a una cama, al lado de la ventana. Una habitación que yo vi gigante. Me pusieron calmante en el suero y alguna que otra cosa. Tengo recuerdos muy vagos de esos momentos. No me acuerdo si fue papá o alguien más que me dijo que iban a tenerte un par de horas en observación porque habías pesado mas de 4 kg.

No se si el tiempo pasó rápido o lento. Se que en un momento, se abrió la puerta y papá me dijo: “Acá llegó el bebé”. Te traían en una cunita transparente con ruedas. Todo vestido de blanco, y cuando te acercaron te miré la cara y vi que era la misma que había visto en el quirófano, y me quedé tranquila.

No recuerdo bien qué fue lo que sentí, tampoco se si te tuve en brazos en ese momento o si fue más tarde. Pero no podía creer que ese bebé eras vos, Valentino, que hasta hacía un rato habías estado todo acurrucado adentro de mi panza, que te movías como un loco, tenias hipo… ERAS VOS! No lo podía creer…

Vino una enfermera y te puso en mi pecho. Succionaste como si lo hubieses hecho durante décadas. Lo increíble de la naturaleza.

Esta es la historia de nuestra cita a ciegas.

El próximo relato será de nuestros primeros días juntos en la clínica y nuestra llegada a casa como familia.

BIENVENIDO HIJO. TE AMO.

Mamá.

jueves, 2 de diciembre de 2010

BIENVENIDO HIJO...



Aca tenias 3 horas de vida...que puedo decirte? Mi vida es completamente tuya.
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